La reina
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En cierta ocasión rodeaban a la reina de un poderoso país, un diplomático mexicano y otros caballeros que lucían osentosas condecoraciones, cuando de pronto aconteció algo, la reina no se pudo reprimir un pedo.
Sin embargo, no tuvo siquiera oportunidad de disculparse, pues el Embajador de Francia se adelantó y dijo:
- Pido indulgencia por mi falta incalificable, pero debo confesar que durante la Guerra del 14 contraje una enfermedad que me produce terribles bochornos como el de este momento.
Transcurren pocos minutos y la soberana repite el acto. Esta vez se anticipa el Delegado de España para solicitar disculpa:
- Demando perdón de sus excelencias, pero mi salud se halla afectada. Sólo el deber de cumplir con mi nación me ha hecho acudir a esta agradable tertulia.
El digno representante mexicano, adolecido de escasa habilidad política, pero sin desmerecer ante nadie por lo que respecta a educación y buenas maneras, habiendo escuchado lo anterior, se dirigió a los presentes:
- El próximo pedo que se tire la reina corre, completamente, a cargo de la embajada de mi país.
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