Un dadá a destiempo
01/01/2011   Lecturas: 6.979

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Los ramalazos nihilistas de Rodríguez Zapatero informan de que no estamos ante un surrealista más, como algunos han interpretado. Zapatero propiamente es un dadá -un dadá tardío- con 9 décadas de atraso, las mismas que llevan el PSOE y su sindicato hermano, la UGT, respecto de las formaciones socialdemócratas europeas actuales. Zapatero es un dadá redicho y currutaco, un dadá de provincias. Un dadá malgré nous, un dadá papes sonriente y pulcro que apenas logra camuflar totalmente un aleve tufo a naftalina de su traje de figura ahistórica sostenida por la locura de un sinfín de seguidores antimodernos, hijos del franquismo y escasamente alfabetizados, más un abstruso entramado de complejas relaciones entre cogecosas y cazasubvenciones cuyo bienestar pende de la continuidad de este líder enteco.

Hay en Zapatero una pulsión diabólica, algo demoníaco en su capacidad de enfrentarnos a unos españoles contra otros, escuché decir –cito de memoria- a don Alejo Vidal-Quadras muy al principio de la primera legislatura zapaterina. Es el que antes y mejor reconoció el paño. En efecto, aquel Zetapé parecía el cantero que recogía toda la sed de revancha de los que sembraron en España la guerra civil para luego perderla. Pero no solo.

Originalmente Dadá, como el balbuceo del bebé -y como Zetapé- carecía de un significado concreto, pero, como éste, mantuvo lustros a un sinnúmero de historiadores y teóricos a la busca de un sentido más allá. Hoy sabemos que detrás de Zapatero hay lo que parece: nada; Zapatero es una inconsistencia pura. Aquel término fue una elección idónea al espíritu provocador del movimiento que se formulaba contra los valores, los códigos y el arte de su época, contra las convenciones y lo establecido. El azar era su motor de inspiración: más que hecha, la obra es escogida, se encuentra; por tanto, es la negación del esfuerzo de construcción. Ahí es donde vislumbro a nuestro Zetapé, abúlico, indolente, molicioso, vacacional y renuente al esfuerzo. A quien espera, como sus antepasados, que el estallido de Europa nos envuelva a nosotros y le salve a él.

Como para Zapatero ni el Hombre ni su habitar esta Tierra posee sentido ni significado, ni propósito ni valor superior, ni ética comprensible ni verdad profunda, la vida se resuelve a través del cambio táctico y la mentira a conveniencia. Jamás duda en mentir si le conviene. Zapatero arroja de su morral las ideas asentadas para aligerar peso y abrirse una existencia libre de ataduras morales, una vida lúdica frente a una trascendente, preocupada por cuestiones intangibles.

Buscaba el dadá el escándalo, impactar en el público y dejarle perplejo mediante la provocación, expresiones irónicas y gestos. Se inclinaba por lo dudoso, lo ilógico o difícil de comprender y lo fantasioso con un fondo anárquico (la tierra no pertenece a nadie, si acaso al viento). Corría el dadá en pos del cambio espontáneo (el calentamiento global), lo repentino (la alianza de civilizaciones), lo inmediato y aleatorio (sirva cualquiera de los ejecutivos y colaboradores escogidos por Zapatero para corroborar este carácter) y la contradicción (los que se forman –afirma- trabajan para la nación, mientras se rodea de aídos, pajines y chamosas); se manifiesta contra la razón, lo universal, la belleza, la eternidad, las leyes, la inmovilidad del pensamiento y los conceptos abstractos, decantándose por el collage y lo fragmentario. Considera más importante el acto creador que al producto creado y vuelve su mirada a la infancia (el capitán Lozano). Contrarios al modernismo, negaron el expresionismo, el cubismo, el futurismo y la abstracción, grandes aportaciones del siglo XX. Era, en el fondo, un movimiento reaccionario.

Deseaba el dadá echar abajo el edificio a ostias. Si le dejamos, Zapatero lo consigue.