El vejestorio doctrinario
26/03/2010   Lecturas: 7.215

Publio

Hasta que llegó el comandante ZetaPero y mandó callar, sus servidores –de partido y mediáticos- daban en conjunto por alabarle la idea de prolongar la edad de jubilación en España hasta los 70 años. Así, consideraba la Vicepresidenta del Gobierno que es indecente con una inflación del -1% y más de 4 millones de parados (dicho como si los socialistas no tuvieran nada que ver) que haya gente que no esté de acuerdo en postergar su jubilación.

No hay que ser muy inteligente –yo considero que nuestra vieja Vicepresidenta está lejos de serlo- para percatarse de que un funcionario de éstos que nos trabaja 35 horas a la semana, mientras el currante de la calle que le paga el sueldo trabaja 40, puede alcanzar esa edad fácilmente -sobre todo si pasa su vida laboral (trabajar es otra cosa) en un entorno oficinesco-. Si semanalmente viene trabajando un 12.5% menos de tiempo y en un turno de trabajo único, como sucede en España, con más razón. Dése cuenta, querido lector que, a lo largo de una vida laboral, esa diferencia significa que cuando el currante trabaja 40 años, el funcionario –gracias a este privilegio- habrá trabajado 35 años. Aún prolongando la edad de jubilación del funcionario a los 70 años, habrá trabajado menos que el currante que se jubile a los 65.

Hay trabajos desarrollables con edad avanzada y otros que no. Por ejemplo –en el mismo ámbito y actividades diferentes- un jefe de sección del edificio de la sede del Banco de Bilbao en el Paseo de La Castellana de Madrid no llega a los 65 años en las mismas condiciones físicas y mentales que el cerrajero-soldador que, en su día, levantara a la intemperie la estructura metálica que sostiene este edificio. En condiciones normales, con más de 65 años, un aparejador de obra puede trabajar pero un encofrador o un técnico montador de andamios no. Dentro de una misma actividad y con carácter general, un profesor de educación superior (universitario) puede prolongar su jubilación hasta los 70 años, mientras que otro de educación secundaria (instituto) muy difícilmente. Su desgaste no es equiparable.

En resumidas cuentas, el Estado no puede pretender retirar a la misma edad a una ministra poco trabajada -pongamos nuestra vicepresidenta- que a un minero del carbón; a un comisario de policía que a un agente del grupo antiterrorista; a un arquitecto de Patrimonio Nacional que a un ferrallista de obra.

Consideraciones como éstas habrá que hacer muchas si se quiere prolongar la vida laboral del trabajador español de manera sensata y viable. Plantea el Partido Popular que la decisión sea voluntaria, a lo mejor el asunto va más por ahí: que sea el trabajador el que, según se vea, decida si prolonga su vida laboral o no. Por supuesto, el Estado puede animar o incentivar –no solo económicamente- al trabajador capaz para que retrase su edad de jubilación o, al revés, no tomar represalias contra aquel que se sienta incapaz de proseguir.

Mi amigo Ricardo plantea una solución muy innovadora, alternativa al modelo actual de la Administración. Para él, cualquier trabajador al iniciar su andadura laboral debería hacerlo en el sector privado, donde se mantendría durante su edad más dinámica, cuando su capacidad de absorber experiencias y acumular conocimientos es mayor. Avanzada su edad y en el momento en que su capacitación y bagaje es mayor, podría optar a incorporarse a la Administración donde la exigencia de esfuerzo sería menor, pero estaría muy compensada por su aportación de un valioso know how. La Administración sería la merecida conclusión de una vida laboral fructífera. Un lugar que agrupara trabajadores experimentados, bien capacitados, en un ambiente sereno, reflexivo y ecuánime, más que un lugar donde se retire joven el vaguete profesional, quien crea que una oposición puede ser la garantía de una vida holgada de mínimo esfuerzo.